Iniciamos este nuevo curso cuando nos encontramos en la última etapa del Año de la misericordia (que concluirá el 20 de noviembre), en el que se ha hecho patente que la misión de la Iglesia es evangelizar, anunciar la buena noticia del Evangelio a todos los hombres, pregonar que Dios ama al hombre concreto, sea cual sea su situación, y quiere salvarlo. De ahí el importante papel de la misericordia que este año nos ha querido subrayar, ya que la misericordia es la viga que sostiene a toda la Iglesia.
Este anuncio de la buena noticia debe ser llevado a todas partes, y nosotros somos responsables de llevarlo a la escuela.
Nuestro Papa Francisco se ha referido a la importancia de la educación en muchos momentos y situaciones e insiste en la importancia de esta tarea para las sociedades, países y religiones. Viene diciéndonos constantemente que la educación y la formación constituyen hoy uno de los desafíos más urgentes que la Iglesia y sus instituciones están llamadas a afrontar. La obra educativa parece haberse vuelto cada vez más ardua porque, en una cultura que demasiado a menudo hace del relativismo su propio credo, falta la luz de la verdad, que es el mismo Jesucristo. Por eso es muy importante el papel educativo de la enseñanza de la Religión católica como asignatura escolar en diálogo interdisciplinar con las demás. De hecho, esta contribuye ampliamente no sólo al desarrollo integral del estudiante, sino también al conocimiento del otro, a la comprensión y al respeto recíproco.
Y nos pide que para alcanzar estos objetivos se debe prestar particular cuidado a la formación de los profesores, no sólo desde un punto de vista profesional, sino también religioso y espiritual, para que, con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, la presencia del educador cristiano en general, y en concreto del profesor de religión, se convierta en expresión de amor y testimonio de la verdad.
En este proceso educativo la enseñanza de la religión tiene la misión de integrar la dimensión religiosa de la persona y, más en concreto en nuestra cultura, la tradición de la fe cristiana. Porque este proceso no sería pleno si le faltase ese elemento esencial que es el valor humanizador y trascendente del hecho religioso que ayudará a los educandos a configurar el horizonte de verdad, de belleza, de auténtica solidaridad, de esperanza y de libertad en el que debemos vivir.
Continuamente nos sorprende que en un pueblo como el nuestro que se enorgullece de su talante democrático, se escuchen o se lean comentarios de los que se consideran dirigentes de nuestra sociedad en los que manifiestan su rechazo, cuando no su hostilidad, a la presencia de la enseñanza de la religión católica en las aulas. No tienen claro el sentido y la importancia de esta enseñanza. Hay que recordarles que la enseñanza de la religión no es una catequización en la escuela, ni un adoctrinamiento, sino que busca que los alumnos conozcan las razones de su propia tradición cultural cristiana, y realicen un estudio razonable de sus contenidos principales y de su historia, con sus implicaciones éticas y sociales. Es parte imprescindible para lograr una formación integral, una inserción personal y libre en la sociedad y en el mundo, así como una preparación adecuada para construir una civilización de paz, de amor y de auténtico progreso. Un cristiano bien formado será siempre un buen ciudadano.
En un clima de respeto, de libertad religiosa y de pensamiento, no podemos ceder ante el creciente prejuicio laicista que pretende excluir de ámbito de lo humano el hecho religioso y sus manifestaciones públicas. La presencia de la enseñanza religiosa como una materia propia y de proyección académica, equiparable a las demás asignaturas en sus objetivos, en el rigor científico de sus contenidos y en el carácter formativo de sus métodos, no se puede excluir de los planes de estudio sobre todo si se pretende que estos sean objetivamente válidos para todos.
Lo recalcaba el Papa Francisco en un encuentro en Roma con escolares italianos en clara referencia a la necesidad de una educación integral, que tenga en cuenta el desarrollo de todas las dimensiones de la persona humana: “Os deseo a todos vosotros, padres, profesores, estudiantes, personas que trabajáis en la escuela… os deseo un buen camino juntos, un camino que haga crecer en los tres idiomas que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos; pero armoniosamente, es decir, pensar bien lo que sientes y lo que haces, sentir bien lo que piensas y lo que haces, y hacer bien lo que piensas y lo que sientes”.
Hoy necesitamos educadores que sean maestros y testigos; o, mejor, testigos para ser maestros, nos dice el Papa Francisco y nos recuerda que confía en nosotros, cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, apasionados en la noble tarea de la educación y dispuestos a ofrecer lo mejor al servicio de las personas, siguiendo los criterios del Evangelio y como miembros de la Iglesia.
Por eso es importante para nosotros, profesores de religión, vivir y manifestar la alegría del Evangelio en este momento, expresar nuestra pertenencia a la Iglesia, en la que nos sentimos fieles hijos, y nuestra actitud de comunión con los pastores y con los demás miembros de la Iglesia, para afrontar juntos los retos del presente y del futuro con la luz y la sal del Evangelio.
Esto tratamos de hacer desde hace 20 años cuando Don Rafael Bellido me encomendó la responsabilidad de esta Delegación Diocesana. Gracias a todos los profesores por vuestro trabajo diario en las aulas y vuestra participación en todo lo que ofrecemos desde la Delegación y especialmente a todos los que habéis colaborado en estos años y a todos los que seguís colaborando en la actualidad.
Y en estos 20 años ha estado con nosotros como Subdelegado Diocesano José Ignacio López Fernández, que ahora deja este servicio y al que agradecemos profundamente todo el trabajo realizado.