Carta de Navidad del Obispo. CELEBREMOS LA NAVIDAD
En Navidad celebramos el mayor Misterio acontecido en la historia de la humanidad: Dios se hace hombre, para que el hombre participe de la naturaleza divina. Él entra en nuestro mundo y se hace carne de nuestra carne, historia de nuestra historia, tiempo de nuestro tiempo: “El Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria” (Jn 1, 14). Meditar sobre este hecho maravilloso nos permitirá sacar algunas enseñanzas que nos permitirán vivir estos días con mayor profundidad:
Dios sigue naciendo hoy. Y ese misterio se actualiza de un modo singular cada año en estas fiestas navideñas y se vive especialmente en la liturgia, que permite que se superen los límites del espacio y del tiempo y que aquel acontecimiento se haga actual. Indicando que Jesús nace “hoy”, la Liturgia subraya que esta Navidad incide e impregna toda la historia y sigue siendo una realidad ahora. Por tanto, aquello que sucedió hace veinte siglos en Belén, vuelve a suceder en la vida de los hombres cada vez que abrimos la puerta a Dios para que pase a nuestra casa y a nuestra intimidad. No tengamos miedo a abrir nuestro corazón de par al niño que va a nacer, Él no nos quita nada y nos lo da todo.
Dios nace en el silencio. En medio del silencio de la noche, en aquella cueva de las afueras de Belén, nace el Salvador. En ese momento sublime sobran las palabras. Dios no nace en el ruido y el alboroto, sino en un lugar donde hay silencio, serenidad y paz. “Mientras un plácido silencio lo envolvía todo, en medio de la noche, tu omnipotente Palabra desde el cielo… se lanzó en medio de la tierra” (Sal 18,14). También hoy podemos decir que sólo aquellos que entran en el ámbito del silencio profundo de su interior tienen capacidad de encontrarse con Dios.
Dios es alegría. En esa noche los ángeles han anunciado el acontecimiento a los pastores como «una gran alegría, que lo será para todo el pueblo» (Lc 2, 10). Hemos de estar alegres porque «hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador» (Lc 2, 11). De este gozo participa toda la Iglesia, inundada hoy por la luz del Hijo de Dios: las tinieblas jamás podrán apagarla. Ante las oscuridades de nuestra vida, la Navidad nos habla de que no triunfará nunca el mal, ni la tristeza, ni el odio… pues el Bien y el Amor eterno han venido a la tierra y la alegría que este hecho produce en nosotros nadie nos la podrá quitar.
Dios se hace pequeño. Dios no nace en un palacio, no nace en una gran capital, no nace donde viven los poderosos de este mundo… A Dios no lo encontramos en el poder y en la fuerza, sino en lo débil. Viendo a Jesús en el portal se nos hace patente la indefensión del amor de Dios, viene sin armas y sin poder. A Dios no hay que temerlo, no es violento, no amenaza, sólo quiere que lo acojamos. Dios sabe que lo único que puede vencer la arrogancia, la violencia y la codicia de un hombre es la indefensión de un niño. Él no quiere conquistarnos desde el exterior, sino desde el interior, quiere transformarnos desde dentro. Dios aparece como niño para desbloquear en nosotros las fuentes de la inocencia y de la bondad que están en lo profundo de nuestro ser. Jean Vanier afirma: “Durante más de treinta años he estado compartiendo mi vida con hombres y mujeres discapacitados... Y día tras día descubro esta verdad: nos necesitamos unos a otros. Comprendemos con facilidad que alguien débil necesite de alguien fuerte, pero nos cuesta más entender que alguien fuerte necesite exactamente igual de alguien débil... Necesitamos personas que sean pequeñas y vulnerables”. Dios se hace dependiente para despertar en nosotros el amor que nos purifica y nos salva.
Dios nace pobre. Jesús nace en una cueva y lo colocan en un pesebre, donde comen los animales. Viene al mundo en un establo, envuelto entre pañales, sin lujos, sin comodidades. Nació como nacen hoy muchos emigrantes, como nacen los hijos de mujeres en campos de refugiados... y así nos enseña que en este mundo donde Él puso su “tienda”, nadie es extranjero. Aunque en este mundo todos estamos de paso, es precisamente Jesús quien nos hace sentir como en casa en esta tierra santificada por su presencia y quiere que la convirtamos en un hogar acogedor para todos. No olvidemos que, al poco de nacer, también Jesús se hace emigrante y tiene que huir a Egipto junto con José y María. Si Jesús fue acogido en tierra extranjera, también nosotros hemos de acoger a los que vienen de fuera, aprendiendo a superar cada vez más los recelos y los prejuicios que dividen o, peor aún, enfrentan a las personas y a los pueblos, para construir juntos un mundo de justicia y de paz.
Dios nace en la suciedad de un pesebre. No hay un sitio para él. Nace en una cueva y lo colocan en un pesebre, donde comen los animales. Dios va a nacer en un establo entre pañales, sin lujos y sin comodidades. También nosotros somos “el establo donde nace Dios”. Un establo suele oler mal, hay estiércol mezclado con paja y heno. Esa es una imagen simbólica de nuestro interior. Nuestro corazón a menudo es como un establo lleno de miserias, rencores, agresividades y complejos. Pero Dios no desecha la suciedad de nuestro establo, Él quiere entrar en nosotros y cuando le abrimos la puerta de nuestra vida, lo llena todo de luz y de belleza. Jesús quiere hacerlo todo nuevo en nosotros.
Dios nace en familia. La familia es necesaria. El que al nacer prescindió de todos los lujos, no prescinde de un padre y de una madre. Esto no es lujo, el algo esencial para que el hombre vaya creciendo en sabiduría y en gracia según el plan de Dios. La Navidad viene asociada a la imagen de una madre y un niño, el nombre de Dios se asocia a los rasgos de misericordia y ternura. Dios es un niño, en él se unen la omnipotencia y la indefensión, la divinidad y la infancia... en Belén los extremos se tocan.
En estos días de Navidad acudamos con María y José a Belén, allí seremos pacificados de nuestras ansias de hacer, de poder, de tener… si permanecemos en silencio en el portal, ante el niño acostado en el pesebre, brotará en nosotros un deseo hondo de ser aquello que realmente somos. Junto al Niño entraremos en ese lugar interior sagrado de cada persona, el lugar de la niñez y de la paz.
Os deseo a todos feliz Navidad.
Con mi afecto y bendición,
+José Mazuelos Pérez
Obispo Asidonia-Jerez